martes, 2 de febrero de 2016

EL AJEDREZ, FORMACIÓN EN VALORES

La formación en valores del ajedrez se sustenta  en cuatro pilares fundamentales:

AUTOCRÍTICA
En cada error hay una oportunidad de mejora y acierto. Esta proposición se cumple en el ajedrez sin excepción. Porque todos los jugadores, desde el principiante al Campeón del Mundo, cometen imprecisiones. Savielly Tartakower, Gran Maestro y uno de los más célebres genios del tablero, decía que “en ajedrez, el vencedor es quien hace la jugada siguiente al último error”.
El ajedrez, sin duda, fomenta la autocrítica, la reflexión y el sentido crítico.

CONTROL DE LOS IMPULSOS
En la vida, cuando te enfrentas a situaciones adversas, o de máxima exigencia, es fácil que perdamos el control de lo que nos rodea y, en ocasiones, de nuestros propios actos. Es algo muy parecido a lo que ocurre en un tablero de ajedrez cuando el otro bando nos presiona el rey con sus piezas, vemos que nos queda poco tiempo en el reloj y sentimos que estamos muy cerca de perder la partida. Lo más posible es que movamos la primera jugada que se nos viene a la cabeza, sin valorar la posibilidad de que haya una segunda opción que tan siquiera nos libre de esa situación de no-control. Le hacemos caso al impulso para no sentir esa presión, pero olvidamos la reflexión.
Con la práctica frecuente del ajedrez estos mecanismos de control de la impulsividad se van trabajando, siempre que la enseñanza vaya acompañada de una metodología adecuada.

AUTOESTIMA
La enseñanza del ajedrez es un proceso de ritmo lento, pausado, en el que entran en juego (nunca mejor dicho) muchas variables y se desarrollan, de un modo inherente, múltiples habilidades cognitivas. Es por ello que, como en la música, los progresos del jugador sean graduales, pero al mismo tiempo también alcanzables, lo que redundará en el concepto de sí mismo, de su nivel de juego  y su autoestima.
Cualquier persona puede aprender a jugar ajedrez y con ello irá desarrollando estrategias que le ayudarán a obtener pequeñas recompensas. En este sentido, se conocen experiencias con colectivos vulnerables y en claro riesgo social (indigentes, reclusos, adictos u otros grupos de exclusión) con resultados muy positivos.
En el ámbito escolar, un alumno que juega al ajedrez gana en confianza y aprende a que acumular pequeñas ventajas, principio básico en el tablero, le servirá para lograr su objetivo final de aprendizaje en otras materias lectivas.

AFÁN DE LOGRO
Relacionado con el anterior, este valor implica los deseos de superación personal. Cuanto más sabes, más quieres conocer. El ajedrez, en contraposición a otros modelos integrales de educación, parte con la ventaja de ser un juego y, por tanto, incorpora un aspecto lúdico que ayuda, digamos que de forma indirecta, a que el jugador experimente un deseo natural de seguir mejorando, lo que retroalimenta todos y cada uno de los valores ético-cívicos que hemos descrito.

Al mismo tiempo, el respeto a las reglas constituye la base de la pirámide. Es decir, las reglas surgen como un elemento necesario que iguala la partida, las opciones de perder y ganar en ambos lados del tablero.  El ajedrez es conocido como el noble juego. Y es por eso que el alumno que está dando sus primeros pasos empieza y termina su batalla intelectual ofreciéndole la mano a su rival, respetando al “contrario” (aunque habría que afinar el término, por cuestiones pedagógicas) y reconociendo, de este modo, la validez de unas reglas que son incuestionables.

La transferencia de este tipo de valores (respeto, autocrítica, control de los impulsos, autoestima y afán de logro) al mundo real, a la vida misma, es algo que el jugador de ajedrez realizará de forma inconsciente, toda vez que va creando un patrón de comportamiento válido, dentro y fuera del tablero, capacidad esta que le ayudará en su desarrollo integral en la escuela, la familia y la sociedad en su conjunto.

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